lunes, 16 de abril de 2012

45 - LA TIETA ELISA Y SINDO



        Mi tía Elisa, después de dejar a su marido italiano en su pueblo, Rocca Imperiale, y tirar cada uno por su lado, se vino, como antes, a vivir con nosotros a Jaume Giralt.


       Al cabo de un tiempo conoció a Gumersindo, vecino de su amiga Salomé, que había enviudado hacía algún tiempo, y no tenía hijos. Congeniaron y algún tiempo después, decidieron compartir su vida, por lo que mi tía se trasladó a su casa, en la calle Cruz Canteros, al lado del Paralelo.


        Le llevaba casi veinte años a mi tía, pero Sindo, que así le llamaba todo el mundo, no aparentaba la edad que tenía y hacían buena pareja.


Mi tía Elisa y Sindo

        Sindo trabajaba repartiendo mercancías con su camión, aunque no le hacía falta  trabajar, porque tenía una buena cuenta corriente y era propietario de varias fincas de las que cobraba alquiler.


      Aún así, su aspecto diario era el de una persona sin posibles, pues se arreglaba las gafas rotas con esparadrapo con tal de no comprarse unas nuevas y era muy tacaño en las cosas más simples y cotidianas. A mi tía le costaba lo suyo convencerle de que la ropa  había que lavarla más a menudo aunque "se gastara".


Sindo con mi tía

      Un tornillo, un alambre, un tapón de corcho, cualquier cosa que se encontrara en la calle, él lo recogía, así que el patio que tenía en su casa, siempre estaba lleno de trastos viejos e inútiles. Pero, por lo menos, no le escocía gastarse el dinero en otras cosas menos necesarias como, por ejemplo, irse de viaje, aunque nunca salieran del territorio español.


     En mi familia se ha quedado la expresión "Es un Sindo", cuando nos referimos a alguien extremadamente tacaño.


En una excursión

Con mi hermana Gemma

       Decidieron casarse, por lo que mi tía encargó a un abogado los trámites de divorcio de su marido italiano, pero en esa época iban las cosas muy despacio.


Sindo y mi tía, con Gemma
en el Rompeolas

Mis padres y mi hermana Julia,
en casa de Sindo y mi tía

       Mi tía seguía trabajando en lavadoras Bru, y se compraron una casita con terreno en Sant Vicens dels Horts, donde íbamos muchos domingos, y después con nuestros hijos. Mi padre cultivaba allí un huertecito como entretenimiento, con judías verdes, patatas, acelgas, calçots...


Mi tía y Sindo, en Sant Vicens

Mi hijo Jordi y mi sobrina Miriam
en Sant Vicens

       Delante de la casa había un pozo de agua del que bebíamos, y a ambos lados de éste, dos ciruelos de los que se llenaban cestas repletas con esa fruta, que se repartía entre toda la familia. Detrás, había también una higuera y unos pequeños árbolitos con grandes membrillos, con los que hacíamos dulce.


Mi hermana Gemma,
 al lado del pozo

      En ese afán que tenía Sindo por aprovechar todo y no tirar absolutamente nada, pintaba los troncos de los ciruelos con pintura de color plata de una lata que había encontrado en la calle, con el pretexto, inventado por él, de que iba bien para que los bichos no se comieran las ciruelas.


      Como la lata de pintura plateada era grande y había que gastarla como fuera, todo lo que pintaba era de ese color, parecía que estábamos en Saturno.  Hace 40 años nadie había oído hablar del Síndrome de Diógenes, pero seguramente Sindo lo padecía.


Mis padres, mi hermano y mi tía Elisa
haciendo carne a la brasa

        A Sindo le fue cambiando el carácter, volviéndose cada vez más complicado y difícil, hasta que le diagnosticaron demencia senil. Durante bastante tiempo mi padre iba cada día a ayudar a mi tía Elisa para lavarlo, darle de comer, y en definitiva, cuidarle.


En un viaje que hicieron

           Tras unos duros y largos meses, Sindo falleció, y a la semana siguiente llamaron los abogados a mi tía comunicándole que habían conseguido ya el divorcio de su marido y que ya se podía casar, a lo que mi tía les contestó "Ya está muerto y enterrado".


          Los sobrinos de Sindo, podridos de dinero, dueños de gasolineras e innumerables fincas, y que tan bien se habían llevado con mi tía, tuvieron prisa por desalojarla del piso que había compartido con  su tío, por lo que tuvo que irse, ya que aún no estaba vigente la ley de parejas de hecho. 


         Mi tía no vio un céntimo de Sindo, ya que durante su enfermedad, alguien se aprovechó de la situación para quedarse las fincas, prácticamente gratis, haciéndole firmar documentos sin que él supiera qué significaban.


        Como ya se había acostumbrado al barrio de Poble Sec, mi tía Elisa buscó un piso por la misma zona y allí sigue viviendo, ella sola.

La tieta Elisa



viernes, 13 de abril de 2012

44 - RANSINDE, EN EL BIERZO (Y III)



     Ransinde está prácticamente lindando  con Galicia (en toda esa zona hablan gallego), y uno de los días bajamos a la carretera para coger el autobús que iba a Piedrafita Do Cebreiro, población que pertenecía a Lugo, donde había feria de ganado.


     En una gran explanada  estaban los terneros, corderos, vacas y demás animales, metidos en improvisados corrales para que los pudiesen contemplar detenidamente las personas interesadas en comprar alguno.

      Había allí una mujer cociendo pulpo "a feira" en un caldero enorme, con un gancho cogía el pulpo y con unas tijeras lo iba cortando con habilidad y colocándolo en platos de madera, que culminaba aderezándolo con pimentón rojo y aceite de oliva. La gente iba cogiendo los platos y se iba a la taberna más cercana a pedir un vino para acompañarlo. El pulpo estaba delicioso.

El típico pulpo a feira

    Luego, en otro autobús,  subimos a la aldea de O Cebreiro do Santo Grial, donde está la iglesia prerrománica de Sta. María la Real, y también se conservan  pallozas, que son antiguas construcciones celtas en las que se puede ver utensilios que utilizaban en tiempos remotos. Era pleno agosto, pero hacía un frío de enero, con llovizna y niebla, creo que permanente en esos lugares, lo que  contribuye a que sea un lugar lleno de misterio y con múltiples leyendas.  No he tenido oportunidad de volver, pero no descarto la idea, ya que me gustaría verlo de nuevo.

Las pallozas de O Cebreiro

    El día 15 de agosto, se celebra la fiesta mayor en Ransinde y en otros pueblos de alrededor. Ese día, los campesinos, por la mañana  acudían a la iglesia, que normalmente estaba cerrada, ya que el cura sólo venía a dar misa algunos días al año. Por la tarde iban al pueblo vecino, La Braña, donde venía un conjunto a tocar mientras la gente joven, y menos joven también, bailaba.

La iglesia arriba,
el pueblo abajo

       Ese día las mujeres preparaban comidas y postres de fiesta. El botillo con patatas (allí le llamaban endrollo con cachelos) era el plato por excelencia, que no faltaba en ninguna casa, al que se le podía añadir  chorizo, lacón y col. Es un plato riquísimo.


El botillo es una comida contundente

       De postre preparaban arroz con leche, natillas o roscón, que era un bizcocho muy esponjoso y suave en forma de corona, adornado con clara de huevo montada con azúcar.

Este lo hicimos nosotras  
   
  Durante esos veranos fui muy feliz en Ransinde, y guardo muy buenos recuerdos, por lo que al cabo de unos años volví otra vez, estando ya casada y embarazada de mi segundo hijo. Venía con nosotros mi madre y Miriam, hija de mi hermana Julia. En el pueblo ya había luz eléctrica y la carretera también  llegaba hasta allí.

Con mi preciosa 
sobrina Miriam

     Mi sobrina Miriam cumplió 5 añitos estando allí y le hicimos un roscón donde sopló las velas.

Mi primo David, Miriam, mi hijo
 Jordi con el jamón, mis tíos Pepito y Aurora y yo


Miriam jugando con el ternero

Mis tíos con los vecinos de Ransinde.
A la izquierda se ve un poco a mi madre 

     De vuelta a casa en autocar llevábamos, además de las maletas, una caja que contenía botillos, chorizos, jamón y un cargamento de boldo que mi madre había recogido en el campo para mi padre, que era un gran consumidor de esas infusiones de hierbas.  En una de las las paradas que hizo el autocar, algún caradura hizo desaparecer la caja, así que nos quedamos sin boldo y sin embutidos. 

    Reclamamos en la agencia de viajes y nos abonaron una cantidad estimada, pero los botillos de allí, tan deliciosos, ya no los pudimos comer.
       

martes, 10 de abril de 2012

43 - RANSINDE, EN EL BIERZO (II)



     Me dirigía al río por un estrecho camino, cuando me encontré frente a frente con unas vacas que volvían al establo al trote, y sobresaltada comencé a correr. Las vacas debieron tomárselo como un juego, porque corrieron tras de mí como si se tratara de los sanfermines, con lo que me asusté más todavía hasta que caí al suelo. Ellas   parecieron entenderlo y pararon de correr. Pero aún me queda la señal de la pequeña herida que me hice.


Estas vacas se llamaban 
Marquesa y Navarra

 La verdad es que al principio las vacas me imponían, eran enormes y tenían una buena cornamenta. Poco a poco fui perdiendo el temor.

Una de las vacas al trote

       Casi en las afueras del pueblo habían colmenas de abejas, y allí fuimos con mi tío Pepito, que junto a uno de los aldeanos se dispusieron a recoger la miel. Lo hicieron de noche porque al parecer las abejas están más calmadas a esas horas. Mi tío, imprudente como él sólo,  iba solamente con pantalones, ni siquiera llevaba camisa, y el otro hombre iba tapado completamente, cabeza incluida, lo que no evitó que alguna abeja se le colara dentro del ropaje y le picara, en cambio mi tío tuvo más suerte y no le picó ni una.


       Mientras nosotras nos manteníamos a una distancia prudencial, destaparon las colmenas con el consiguiente revuelo de abejas, y con cuchillos fueron cortando   trozos de panal chorreantes de miel, que iban metiendo en un recipiente. Luego fueron repartiendo algunos trozos para que los probáramos, alguno incluso con restos de  abeja. Lamíamos la miel y escupíamos la cera masticada.


El valle donde está Ransinde

Mi hermana Gemma
con los montes detrás


   En una ocasión vimos cómo le ponían argollas en el hocico de los cerdos aún pequeños. Les clavaban un alambre entre los dos agujeros del hocico y  lo retorcían con unas alicates para darles forma de argolla. Los pobres animales chillaban con todas sus fuerzas, pero en cuanto los soltaban iban corriendo en busca de comida para consolarse.

      Nos explicaron que esto lo hacían para evitar que se pasaran el día escarbando y destrozando el suelo del establo con el hocico, y de esta manera también evitaban que hicieran tanto ejercicio y engordaran más.


Un pajar

La casa de unos vecinos 
de Ransinde

      Ibamos a los prados donde estaban los pastores, algunos muy niños, con las vacas, y a los huertos. Allí pude ver como recogían los garbanzos, de los que nunca había visto la planta, y me los dieron a probar recién cogidos. Me sorprendió que fueran tiernos ya que yo sólo los conocía duros antes de ponerlos a remojar, no sabía que había que dejar que se secaran para poder guardarlos durante todo el año.


Las vacas pacían por pendientes 
imposibles

Gemma y yo

Con dos vecinos, en la era




       

viernes, 6 de abril de 2012

42 - RANSINDE, EN EL BIERZO (I)

    Mi tía Aurora había nacido en Ransinde, un pueblecito de El Bierzo, al que se fue a vivir su madre unos años más tarde después de casarse mi tía con mi tío Pepito.

En la casa redonda con el techo
 de paja, nació mi tía Aurora


         Durante bastantes años, mis tíos fueron  todos los veranos a pasar las vacaciones al pueblo, para visitar a su madre, y en dos ocasiones fuimos mi hermana Gemma y yo con ellos.  La primera vez tenía yo 13 años y la segunda 15. 


Genmma y yo con mi tía Aurora,
la primera vez que fuimos

Gemma con un corderito, animal
que veía, animal que cogía

        Ibamos en autocar, que nos dejaba en el pueblo más próximo, Ruitelán, ya que a Ransinde no llegaba la carretera. Luego teníamos que subir por un camino por el que los vehículos no podían transitar, y para llevar la carga utilizaban las mulas y los burros.


Gemma y yo, en un burro

    En el pueblo todos recibían a mis tíos con los brazos abiertos, ya que a casi todos llevaban regalos, aunque fuera un delantal, un insecticida....pues en la parte inferior estaban los establos y se les llenaba la casa siempre de moscas, y esa buena gente lo agradecía.

          Más que un pueblo, Ransinde era una aldea, ya que consistía en unas cuantas casas y no había ni una sola tienda, pero sí una especie de cantina, por llamarlo de alguna manera, donde vendían vino. Cuando había que comprar bajábamos al pueblo de abajo, Ruitelán, donde solamente había un pequeño comercio, y se compraba la hogaza de pan  de centeno que duraba toda la semana, pero para comprar carne, fruta y otras cosas, íbamos andando por la carretera hasta llegar a Vega de Valcarce, que era un pueblo más grande.


Con Gemma y Anita, una
niña del pueblo

  Nos hospedábamos en casa de Concha, la madre de mi tía, donde había una antigua cocina de hierro con un depósito que mantenía el agua caliente todo el día.

Era parecida a ésta

   No había luz eléctrica en Ransinde, y nos alumbrábamos con lámparas de carburo, aunque recuerdo que daban  mucha luminosidad. Pero sí había agua corriente.

Lámpara de carburo

      Las calles no estaban asfaltadas por lo que siempre estaban llenas de barro, y también de boñigas de vaca, a las que llamábamos "boinas" por su forma parecida. Para ir al establo las mujeres se ponían madreñas encima de los zapatos, para resguardar éstos.


Madreñas

     En uno de los caminos del pueblo había un manantial que manaba de la misma roca, "la fuente grande", un chorro contínuo de agua fresquísima y cristalina, donde llenábamos recipientes, y el agua  que iba cayendo al suelo formaba un riachuelo en el que colocábamos la fruta y la botella de vino para refrescar.  De vuelta de los prados a casa, iban a beber las vacas, los caballos, los corderos...Cerca había otro manantial más pequeño que se conocía como "la fuente pequeña", así de sencillo.


Gemma, yo y Anita, la niña del pueblo.
Detrás una vaca pastando

       Pasaba por el pueblo, un río de aguas transparentes y heladas, en el que los hombres pescaban truchas con un tenedor atado a un palo, y donde las mujeres lavaban la ropa. Una vez enjabonada la tendían al sol sobre los arbustos para blanquearla, y luego la volvían a enjuagar en el río para tenderla en sus casas.


Yo lavando en el río

Apoyada en un castaño

      Todas las tardes nos íbamos a merendar por los alrededores. Nos llevábamos pan, jamón y  chorizo, y subíamos por un sendero distinto cada día, porque donde fuera que nos paráramos encontrábamos un manantial de agua fresca para beber. Era una gozada esa tranquilidad, disfrutando sólo del ruido del agua y el sonido de los cencerros que llevaban las vacas que pastaban cerca.


Estaba todo verde, verde...

Mi tío Pepito cortando jamón.
En primer plano, el pan de centeno

     El paisaje era una delicia, el pueblo estaba situado (y sigue estando) en un valle con mucha arboleda, sobre todo castaños centenarios, y de verdes prados donde pacían las vacas y los caballos. No he estado en ningún lugar en el que hubieran tantas mariposas, las había por cientos, y preciosas.


Estaban construyendo la autovía
que se ve en la foto

Gemma y yo, el segundo año que
 fuimos. Detrás un caballo pastando


      Tras la matanza del cerdo, en el pueblo elaboraban embutidos para consumo propio.
Los chorizos, después de ahumarlos, los metían en latas grandes y vacías de atún y otras conservas que guardaban para la ocasión, y les soldaban una tapa de chapa  quedando así conservado durante bastante tiempo. 

      Preparaban también endrollos (botillos), que consistía en una tripa de cerdo rellena de trozos de costilla y otros restos del cerdo adobado con pimentón. Los dejaban secar y cuando los cocinaban requería un prolongado tiempo de cocción.

Un botillo

          


martes, 3 de abril de 2012

41 - LAS REUNIONES TUPPERWARE



     ¿Quién no recuerda las reuniones de Tupperware?
  
      Fue un boom cerca de los años 70, las mujeres se volvían locas con los Tupperware, se oían frases cómo "Pongo el pollo en un "tupervare"  y me dura toda la semana"




       Se reunían en casa de una de ellas y se las invitaba a tomar café. Se pasaban toda la tarde oyendo a la demostradora de Tupperware hablar de las excelencias del producto, caro, muy caro, pero que todas compraban encantadas porque se lo iban a ahorrar en los productos que tenían que tirar a la basura porque se les había estropeado.
Se había acabado el meter los filetes en la nevera, en un plato tapado con el papel en el que te los envolvían en la carnicería.



     Al final de la reunión les regalaban a todas las asistentes un pequeño obsequio, como un pincho de plástico para saber si el bizcocho del horno estaba todavía crudo (que siempre acababa con la punta quemada al tocar el fondo del molde), un pelador de apio ¿? de plástico, o una cucharilla superlarga también de plástico terminada en arandela para colgarla no sé de dónde y para remover no sé el qué. Todos estos artilugios acababan en un cajón de la cocina para no utilizarlos jamás.


     La demostradora sacaba sus dotes de convicción y las animaba para que organizaran la próxima reunión en sus casas, con la promesa de grandes regalos. Se hacían las remolonas, pero, en el fondo, estaban deseando poder juntarse otra vez en casa de una de ellas para seguir hablando todas al mismo tiempo sin moderadora ni nada.


      Cuando llegaba el marido de la anfitriona, y se encontraba con la casa llena de mujeres, algunas conocidas y otras no, y la mesa del comedor hasta arriba de cacharros de plástico de colorines, no sabía dónde meterse ni dónde  mirar, azorado que estaba el pobre hombre.


Yo tuve un llavero Tupperware ¿y tú?

      En mi casa, como en muchas, a la que cogías uno del armario, se te caían encima todos los "tupervares", ya que no había forma humana de tenerlos ordenados más de un cuarto de hora.

       Teníamos los redondos, los cuadrados, los rectangulares, para los huevos, para el embutido, para el pescado....para hacer flanes, para hacer polos...


         ...para la leche condensada, para el agua, para las olivas, para las almendras....para el café, para la harina...para la papilla del niño...

...para la tortilla de patatas, 
para la carne  rebozada... 

        Cuando se rompía una tapa, que era lo primordial y el secreto de mantener frescas las viandas gracias a su "sello hermético", en la próxima reunión se podía comprar suelta, así que tenías "tupervares" eternamente.

      Eternos y todo, ahora los compramos en los chinos o en  IKEA que son más baratos y también nos hacen el apaño.