martes, 24 de julio de 2012

53 - LAS ESCALERAS....




     
     Que los niños sientan miedo es algo bastante habitual. Yo lo tenía a lo irracional, lo sobrenatural, a lo que no tiene explicación lógica o científica. En definitiva, a lo desconocido.


    También un especial "respeto" me han dado siempre las arañas, que me sobresaltaban al descubrirlas,  pero que valientemente me atrevía a matarlas, no sin antes escudriñarlas  bien para ver cuán largas  o peludas eran sus patas....

     Pero lo que me daba mucho, mucho miedo, era subir sola las escaleras de mi casa, y eso que vivía en un primer piso, aunque realmente era un segundo porque había un principal. ¡Qué alivio me entraba cuando coincidía con algún vecino! Pero la mayoría de las veces no era así, claro. Se me aceleraba el corazón y las subía de dos en dos, siempre mirando atrás de reojo y rogando que el muerto que había regresado del más allá diese un traspiés provocándole  el consiguiente retraso, y apareciera cuando yo había traspasado ya el umbral de la puerta de mi casa....Ayudaba el hecho de que no había luz en la escalera, siempre en penumbra y con recovecos en los que cabía perfectamente ese ser tenebroso. 

No me digáis que no asusta...

    Pero la escalera que más miedo me daba  era la de mi tía Dorín, en la calle Tantarantana, ya que era mucho más grande que la mía.  Vivía en el 5º piso y cuando llegaba al portal daba cinco golpes al picaporte con todas la fuerza con que era capaz, y esperaba que mi tía se asomase al balcón para decirle "¡Tieta, que voy a subir!", lo cual quería decir que se asomara al hueco de la escalera para que yo pudiera verla mientras subía. No siempre era así, no sé si se le quemaba la comida o pasaba de mí. Más bien esto último, en esa época no había mucha sensibilidad con el tema de los miedos en los niños.


      En cada rellano había un hueco a la derecha y otro a la izquierda, ambos con dos puertas ¡esos temibles huecos! Cuando conseguía pasar un rellano y me disponía a subir el siguiente, completamente rodeada de oscuridad, ya me asaltaba la certeza de que sería ahí donde estaba "escondido" el monstruo.  Después, para bajarlas, iba tan rápida que estaba casi segura de que no me atraparía.


     Los vampiros, que también pertenecían a esa especie de los ni vivos ni muertos, me daban pavor, sobre todo desde que había visto la película muda del año 1922 "Nosferatus". Terrorífica la escena en la que se ve su sombra subiendo las escaleras muuuuy despacio para no despertar a la doncella que duerme arriba y a la que quiere morderle la yugular.


¡¡¡¡¡AAAAAAAAHHH!!!!!


      No recuerdo haber visto en el cine una escena que me pusiera los pelos más de punta que ésa.


    Según la película que emitían por televisión en "Sesión de tarde" los sábados, así pasaba yo la semana siguiente. Recuerdo haber visto una en la que un reptil  enorme se adueñaba de las calles de una ciudad rompiendo edificios a colazos, y devorando personas que luchaban por escapar de sus fauces moviendo sus piernecitas frenéticamente hasta que con un movimiento de cabeza el monstruo se los tragaba enteros. Me pasé la semana angustiada por las noches en mi cama imaginándome que el bicho aparecería en cualquier momento atravesando la pared de mi habitación y zampándose a toda mi familia dejándome a mí como postre.


¡Bon profit!

    Luego llegó "Historias para no dormir". En mi casa nadie ponía dos rombos para ver la tele, así que yo veía esas historias, muchas veces terroríficas, que conseguían que el título de la serie cobrara sentido.


     "La zarpa", cuya trama se basaba en un  amuleto maldito, y "El caso del Sr. Valdemar", que trata sobre la hipnosis a un muerto, consiguieron dejarme varias noches en vela. En esa época compartía cama con mi hermana Julia, a la que de vez en cuando tocaba para verificar que no se estuviese descomponiendo como el personaje de esa historia de Ibáñez Serrador.


Este actor, Narciso Ibañez Menta,
 trabajaba "de miedo"

     No sé si cuando nacemos nos marcan con un sello invisible en la frente que dice "Miedosa para toda la vida", pero los miedos no te abandonan nunca, aunque van cambiando con la edad.  De todos modos  sigue dándome, digámosle incomodidad, el quedarme a oscuras. Para dormir me gusta notar algo de claridad, y poder ver la silueta de mi mano me da tranquilidad.


     Pero hay algo a lo que no le acabo de perder el miedo. Es cuando voy a un restaurante o a una cafetería y pregunto dónde están los servicios y me dicen la temida palabra "¡ABAJO!". 


      Me dice una de mis acompañantes, que casi siempre suele ser mi hermana, "¿Te acompaño?", y yo en un arrebato de valentía y coraje le contesto "No, si no hace falta...", cuando en realidad estoy deseando que venga conmigo.


    Y ahí viene cuando la matan. A medida que voy bajando la escalera, las voces del público congregado en el local van disminuyendo, disminuyendo, disminuyendo... hasta que llego ABAJO donde no se oye prácticamente nada, es como entrar en otra dimensión. Ya podía estar mi piso así de insonorizado y me libraría de oír a las dos o las tres de la madrugada las peleas de mis vecinos de arriba. 


      Una vez allí y confiando en que esté el baño a rebosar de mujeres, se confirman mis temores de que no hay un alma ¿Dónde están las mujeres? ¡Si todo el mundo sabe que somos unas expertas en hacer colas en el WC!


     Me esfuerzo por oír el pequeño murmullo que viene de arriba y me digo que no estoy sola y que si grito me oirán, así que cuando he acabado y me lavo las manos, no me entretengo ni en secármelas, ya que el aparato hace un ruido de mil demonios y podría ahogar mis posibles peticiones de socorro. Subo la escalera, con las manos mojadas, como alma que lleva al diablo, siempre mirando atrás y por fin llego al deseado y tranquilizador ruido de conversaciones de los comensales. ¡Ufff! ya puedo respirar tranquila....


    


     
     


     


      



martes, 8 de mayo de 2012

52 - EL FINAL DE LOS RECUERDOS

   

         En septiembre de 1973 mis padres celebraron sus Bodas de Plata, 25 años de casados que a mí me parecía muchísimo tiempo, pero que a ellos, seguramente, como también me ocurrió a mí mucho después, les había pasado en un plis-plas.


     Recuerdo que cuando yo tenía unos 10 años, y mi madre me decía que el juego de café que había en casa era de cuando se casó, yo me asombraba "¡Hala! de cuando te casaste, cuánto tiempo...", cuando en realidad sólo había transcurrido 17 años. Que diferente es la percepción que tenemos del tiempo cuando somos críos...
        
      Vino toda la familia a casa para celebrarlo. Aún me pregunto cómo pudimos caber todos en mi casa. Mis hermanos Julia y Juanito, que habían ahorrado algo para ese día, les regalaron un álbum de fotos con música que tenía las tapas decoradas con dibujos chinos, y un trípode para la cámara fotográfica de mi padre. Mi padre le trajo a mi madre un gran ramo de flores.


Mi padre y mi madre, con el ramo
de flores

         Mi padre, que no tenía carnet de conducir, se apuntó a una academia para sacárselo. Cuando lo tuvo se compró un Seat 133, de color rojo, y cuando salía del trabajo, a veces venía a recogerme a mí del mío.

El flamante 133 de mi padre

     Entonces trabajaba yo en la calle Hurtado, más arriba de Balmes, en una pequeña empresa de reclamos publicitarios, tan pequeña que solo estábamos el dueño y yo. Los clientes encargaban bolígrafos, calendarios, ceniceros, encendedores...todo con el logo de su empresa. Estuve poco tiempo porque me casé y tuve que marcharme, ya que mi jefe no quería trabajadoras con responsabilidades hogareñas.


        Por esa época murió Franco, y mi padre decía que ya era hora, que antes se tenía que haber muerto. 


Yo, en esos tiempos

      Mi tía Aurora y mi tío Pepito deseaban ser padres, pero mi tía, cuando lograba quedarse embarazada, al poco tiempo abortaba.


      Así pasaron varios años hasta que por fin, cuando tenía algo más de 40 años, consiguió pasar los primeros meses más delicados, y tuvo un niño, mi primo David.


Mis tíos Pepito y Aurora,
 con su hijo David
Mi tío se parecía
a Richard Dreyfuss

       Como nosotros vivíamos en el piso de encima, mi primo David casi siempre estaba en casa, y era un niño caprichoso y mimado por todos. 


      Era un virtuoso del olfato, tenía la manía de olerlo todo, y cuando mi madre cocinaba algo que le gustaba se asomaba a la ventana de su cocina y llamaba: "Tietaaa, huelo a macarrones ¿Puedo subir?", y ¡hala, para arriba que subía!

David con mi hermana Gemma

Esa chichonera la llevó más tarde
mi hijo Jordi

         Unos cuatro años más tarde, mis padres solicitaron un piso de protección oficial de los que habían construído en Barberá del Vallés, en el polígono Ciudad Badía (ahora Badía del Vallés). Mi tío Pepito también lo solicitó.

    Sólo mis padres tuvieron la suerte de que se lo concedieran, por lo que al poco tiempo se trasladaron a vivir allí.


Mis padres, en los años 70

    Mis tíos, sobre todo mi tía Aurora, se llevó un gran disgusto, porque se encontró muy sola sin nosotros. Le costó habituarse a no subir a casa cada día, y que nosotros no fuéramos a la suya. Aún recuerda, pobre tieta, lo mal que lo pasó.


    Para entonces, los tres hijos mayores ya nos habíamos casado y quedaba en casa la pequeña, Gemma. Como la mudanza se hizo a mitad de curso, siguió yendo a Barcelona a estudiar, y al curso siguiente se matriculó en Badía.


        A pesar de la mala fama (muchas veces injustificada, porque en todas partes cuecen habas) que ha tenido Badía del Vallés, lo cierto es que mi madre estaba encantada con su piso nuevo, que tenía ascensor y entraba el sol desde la mañana hasta la noche, ya que se había pasado la mitad de su vida con la luz encendida todo el día en el piso de Jaume Giralt.


Esta foto se hizo desde su balcón, 
en el piso 10º

      Tenía un gran comedor donde nos juntábamos toda la familia cuando  ya tuvimos a nuestros hijos. 


Mi hermana Gemma, 
con mi hijo Jordi

Mi hermana Gemma con cinco de
sus sobrinos,Jordi, Marc, Germán,
 Miriam y Marta


     Tenía un soleado balcón donde mi padre tenía sus macetas y sus jaulas con pájaros, que le gustaba criar, aunque tenían a mi madre aburrida porque lo ponían todo perdido. Pero mi padre se entretenía con ello.


Las plantas...

...y los pájaros

    Al poco tiempo de vivir allí, le diagnosticaron a mi padre una anemia aplásica, por lo que tuvo que dejar de trabajar. Siguieron unos años en los que además de medicarse, pasaba estancias en el hospital, donde le hacían transfusiones de sangre, y entonces cogía fuerzas para una temporada.


Mis padres

     Estando enfermo, un día nos confesó algo a sus hijos. Cuando tenía 18 años se juntó con malas compañías, y le convencieron para entrar una noche a robar en una tienda de la calle Sant Pere més Baix. Les pillaron, y pasaron unos meses en la cárcel. Estando mi padre preso, murió su madre  (recuerdo su pesar y dolor al explicarlo... moviendo la cabeza y mordiéndose el labio inferior). Siempre se había arrepentido de ese mal momento, y cuando nos lo contó se quitó una gran carga de encima. 


     Mi hermana Julia, siempre tan comprensiva y cariñosa con mi padre, le quitó hierro al asunto diciéndole que aquéllos eran tiempos muy difíciles y había hambre, y además era casi un crío.


     Mi padre, después de esta mala experiencia, jamás volvió a coger nada que no fuera suyo.


       El 12 de Octubre de 1991 falleció mi padre, con 68 años, a causa de complicaciones causadas por su enfermedad. Estaba yo embarazada de mi tercer hijo, Anna, y al cabo de un año, mi hermana Gemma tuvo a su única hija, Alba. No las conoció, ni tampoco a sus bisnietos Martí, Júlia, Eirin y Ariadna.


     Pero sí que pudo disfrutar de sus nietos, Jordi, Marc, Miriam, Germán y Marta.
        
Mis padres con sus tres 
primeros nietos

        Mi madre, con 87 años, vive con mi hermana Julia y el marido de ésta en Barberá del Vallés. Dice, que a pesar de las penalidades que ha pasado en su infancia y su juventud, ahora tiene la suerte de estar muy bien cuidada, y tiene razón, mi hermana se desvive por que no le falte de nada.

Mi madre con sus cuatro hijos, Julia,
yo, Juanito y Gemma

Marta, Marc, Anna, Germán, Jordi,
Miriam y Alba, todos los nietos

         Nos faltó tiempo para preguntarle a mi padre tantas cosas...sobre nuestra familia, nuestro barrio y nuestra querida ciudad, Barcelona.

       Y hasta aquí han llegado los recuerdos, de una familia sencilla, trabajadora y unida, sobre todo, muy unida.

 



viernes, 4 de mayo de 2012

51 - FARMACIA PUJOL ( y IV)


    El cajero, que se encargaba de los pagos a los proveedores y al personal, era el Sr. Gambús, que tenía un despacho propio donde estaba la caja fuerte. Sus estornudos eran famosos, porque se oían en todos los rincones, traspasaban muros, puertas y ventanas. Alguna vez, desde mi centralita y siempre con un poco de cachondeo, le había hecho una llamadita para decirle "¡Jesús!".


    Era una persona algo maniática e hipocondríaca, que después de darle la mano a alguien se las lavaba, y siempre tenía a mano un trapo para limpiar el teléfono si lo usaba otra persona que no fuera él. A veces, según quien fuese el que salía de su oficina, echaba un líquido desinfectante con un pulverizador, sobre todo si la persona en cuestión había estornudado un par de veces.


       Siempre decía que él, cuando llegaba a casa, quería ver a su mujer bien arreglada, bien vestida y bien maquillada. Yo siempre me imaginaba a la pobre, limpiando, cocinando, lavando, a toda prisa, para que, cinco minutos antes de que llegara su marido, le diera tiempo a estar guapa.


       Cada mes me daba las nóminas del personal para que las pasara a máquina, por lo que yo sabía lo que cobraba todo el mundo. A veces, venía Nuria, y me decía con complicidad "A ver la nómina de fulanito..." Yo entré a trabajar cobrando 3.800 ptas. al mes, y al poco tiempo me subieron 400 ptas. de golpe ¡Más contenta que unas pascuas, estaba yo! Era el año 1971.


En una excursión a Montserrat con
los chicos de "Can Pujol". La morena
de oscuro es Nuria, y yo a su lado

       Había varias máquinas de escribir, ninguna de última generación, pero la que yo solía usar era una muy antigua, una verdadera reliquia en la que tenía que golpear con fuerza las teclas si quería que se marcaran en el papel, y en el momento en que iba un poco deprisa se apelotonaban las varillas de los caracteres, y las tenía que separar poniéndome los dedos perdidos de tinta.



Diría que era más antigua
que ésta

Y la calculadora, manual,
nada de electricidad ni pilas

          Uno de los contables, el Sr. Farré, comenzó a llamarme "My Lady", porque decía que le parecía una aristócrata inglesa, por la forma de llevar mi pelo en un moño alto con los rizos cayendo a los lados de la cara.


Mi única foto con el moño

    Pero los chicos de la oficina me llamaban "Momo", uniendo las dos primeras sílabas de mi nombre y mi apellido.

       Si nuestra compañera Montse, conoció a su novio por correspondencia, Nuria y yo conocimos a los nuestros hablando por teléfono. También nos casamos, pero algún tiempo después.

          Nuestro jefe, el Sr. Pujol, que me decía que estaba muy delgada y quería remediarlo, me aconsejó que tomara un reconstituyente que preparaban en la farmacia llamado "Herculeón Vitamínico", del que me regaló un frasco. Por supuesto, no dio resultado.


       La farmacia, el laboratorio, el centro de específicos, y la preciosa perfumería Pelayo, pertenecía a COBOSA, que eran las siglas de Comercial Bonnín, S.A., y el dueñísimo de todo era Gaspar Bonnín, que a veces hacía su aparición por allí. 


La fachada de la perfumería Pelayo

El interior

    También pertenecían a la firma la elegante cafetería "El Salón Rosa", y la pastelería "La Perla Mallorquina", ambas en Paseo de Gracia.



El Salón Rosa
     
         Un día, nuestros jefes, nos comunicaron que se cerraba la farmacia, la perfumería y el centro de específicos. Los empleados de mayor antigüedad acogieron la noticia de manera agridulce, por un lado, estaban cerca de la jubilación y cobraban una indemnización que les iba de perlas, pero por el otro, les daba pena el cierre después de tantos años allí, y que destruyeran la preciosa farmacia.


     Los más jóvenes encontraron enseguida empleo, y a mí me propusieron quedarme en la oficina ya que el Laboratorio Pelayo continuaba en marcha, así que me quedé.


      En el lugar de la farmacia pusieron una espantosa tienda llamada "El Edén de los pantalones", que ocupaba el espacio de la farmacia, la perfumería, y en la planta superior, lo que habían sido las oficinas. 1000 m2. rebosantes de pantalones. No duró demasiado tiempo, y el local ha ido cambiando continuamente de negocio.


       La oficina se trasladó al último piso de la misma escalera de la calle Pelayo, 56, y mi jefe seguía siendo el Sr. Pedro.


     Yo tenía que hacer múltiples viajes al laboratorio que seguía estando en la calle Tallers, 16, y para acortar el camino cruzaba por los almacenes El Siglo que también tenía salida en esa calle, en la planta inferior.


Lo que era El Siglo, es
actualmente C&A

        Después trasladaron la oficina a la calle Tallers. En el año 1975 cambié de empleo.

        Fue una época muy bonita que recuerdo con mucho cariño y en la que conocí personas estupendas.


martes, 1 de mayo de 2012

50 - LA FARMACIA PUJOL (III) - EN LA OFICINA


     La recepción, con la centralita de teléfono que yo atendía, era paso del personal de oficina, almacén, laboratorio, farmacia...ya que todo se comunicaba a través de pasillos, por lo que casi todos hacían una paradita para hablar conmigo. 


Mi centralita era parecida a ésta,
 tenía cinco líneas

En la cabeza llevaba un artilugio
como éste


   Iba cogiendo las llamadas para desviarlas a las distintas extensiones, y mi frase más repetida era "Un momentito, por favor". Con tanto "Un momentito, por favor", un día se me debieron cruzar los cables de mi cabeza, o de mi lengua, y me equivoqué diciendo "Un momento, por favorito". La carcajada que solté cuando me dí cuenta...Como que aún me estoy riendo...

        Los sábados por la tarde estaba cerrada la oficina, pero no la farmacia, por lo que yo tenía que ir para atender la centralita. Pasaba por la farmacia para recoger la llave de la oficina, y cuando entraba en ella, iba encendiendo todas las luces a mi paso porque me moría de miedo de estar allí sola. Alguna vez, en lugar de entrar a la oficina por el portal, lo había hecho pasando por los pasillos que comunicaban con la farmacia, pero eso no me daba miedo ¡me daba terror! porque los sábados no trabajaba nadie en el almacén, y estaba todo oscuro y en silencio.

      Por esa tarde de sábado me daban fiesta cualquier tarde de la semana, y yo escogía el martes porque me iba con mi madre y mi tía Dorín al cine Palacio del Cinema.

Mi madre y yo,
detrás mi padre

       El Dr. Pipó y Esther eran los encargados de hacer los análisis clínicos de la farmacia, donde venían, sobre todo, mujeres para hacerse la prueba del embarazo, ya que entonces, no se solía vender el Predictor en las farmacias, como ahora. Se les hacía la prueba de Gravindex, o la de Galli-Mainini (la de las ranas). 

    También se hacían análisis de sangre para verificar los niveles de glucosa, colesterol, hemogramas completos, etc.


          Los analistas me entregaban los resultados, que yo tenía que pasar a máquina en unos impresos para ese fin.


El impreso de los análisis
(es de mi madre del año 1972)

Los resultados se entregaban en 
un sobre como éste

         El Dr. Pipó era muy simpático y me caía muy bien, tenía un bigote estilo Groucho Marx y un deje andaluz muy gracioso.


       Nuestro jefe en la oficina era el Sr. Pedro Gutiérrez, un señor a las puertas de la jubilación, si no las había traspasado ya, con un pequeño bigotito, y que siempre utilizaba un sombrero que cuidaba con esmero. Le gustaba contarnos chistes, pero ¡qué malos eran...! 


       El Sr. Pedro guardaba todo el material de oficina a buen recaudo. Cuando se nos acababa el bolígrafo y le pedíamos otro, él, con parsimonia, abría el cajón de su mesa y sacaba un montón de bolígrafos cogidos con una goma elástica. Era muy metódico, y cuando tenía que hacer un albarán que yo tenía que entregar en el almacén, me tenía que armar de paciencia, ya que hacía una letra tan recargolada y tan precisa, que tardaba un buen rato. Entre letra y letra descansaba para admirar su obra.


     Su esposa, que se llamaba Eutiquia, pero le gustaba que la llamaran Eti, me llamaba a veces a la centralita para hablar conmigo un rato, y me explicaba que habían ido al Liceo y las grandes compras que hacían. Yo pensaba "pero qué me cuenta a mí esta mujer...?"


       Tuvieron, ya mayores, una sola hija, y cuando el Sr. Pedro salía de trabajar tenía que hacer los recados que su mujer y su hija, en casa todo el día, le mandaban llamándole varias veces por teléfono. Los sábados por la tarde, que libraba, venía igualmente a la oficina, creo que para librarse de ellas un rato. Me daba un poco de pena el Sr. Pedro....



    Un día de Dijous Gras (Día de la tortilla), quedamos todos los jóvenes en traer de casa un bocadillo de tortilla, e irnos a comérnoslo al Parc del Laberint de Horta. 


Bermejo (del almacén), con Montse,
y yo, arriba con la estatua
en el Laberint

   Como era de esperar, llegamos tarde a trabajar. Entramos silenciosos y casi de puntillas porque sabíamos que nos iba a caer una buena. El Sr. Pedro, simplemente nos echó una regañina, tremendamente serio, eso sí. Los chicos del almacén, que venían con nosotros, seguramente también aguantaron la bronca que les echaría su jefe.


       Al jefe de almacén, que era cuñado del Sr. Pujol, ya que estaba casado con una de sus hermanas, los chicos le llamaban, a sus espaldas, "Carpanta". Se ganó este apodo porque normalmente llevaba frutos secos u otros comestibles en los bolsillos, y siempre estaba masticando. Lo cierto es que no recuerdo su verdadero nombre.


Este Carpanta no comía nunca

        Uno de nuestros compañeros de oficina, apellidado Miranda, nos obsequiaba a las tres chicas con los bocadillos, casi siempre de tortilla, que le preparaba su madre para desayunar y que él, no sé porqué, no se comía. Así que después de comernos los nuestros, nos repartíamos el suyo. Si no teníamos hambre o no nos apetecía, al mediodía íbamos a la Pl. Catalunya y lo desmigábamos para las palomas.


        


sábado, 28 de abril de 2012

49 - LA FARMACIA PUJOL - (II) - LAS AFICIONES DE JOSEP Mª



         Josep Mª, nuestro compañero de trabajo de "Can Pujol" (así llamábamos a nuestro lugar de trabajo), atendía en la farmacia y tenía varias aficiones, algunas  bien curiosas. A saber:


    Trenes y tranvías. - A Josep Mª  le encantaban los trenes, y muchos  domingos viajaba en ellos sólo por placer. Estaba construyendo una gran maqueta en su casa, y cuando cobraba la paga del mes, lo primero que hacía era comprarse un vagón, una vía, etc., que  llevaba a la farmacia para enseñárnoslo.



     Como también le gustaban los tranvías, cuando estaba en la farmacia cogía la manivela de la caja registradora de la Sra. Emilia, ignorando las protestas de ésta, y simulaba en el mostrador que conducía un tranvía, imitando el ruido. Los demás compañeros, divertidos, se ponían a su lado y hacían ver que viajaban en él y se movían todos al mismo ritmo, sin importarles que los clientes les miraran sorprendidos y se rieran  ¡Era para verlo!


Este es Josep Mª

    Palomas. -  También le apasionaban las palomas mensajeras, y en el terrado de su casa, en la calle Princesa, tenía un palomar. A veces venía con una cesta donde llevaba una de sus palomas para soltarla cuando llegaba a la farmacia, y que retomara el viaje de vuelta a casa volando. Les pintaba con mercromina la parte interior de las alas para reconocerlas cuando volaban.


Las suyas no estaban tan
bien dotadas

     Farolas. -  Otra de sus aficiones eran las farolas de las calles de Barcelona. Yo creo que se las conocía casi todas. Sabía cuando había algún cambio o alguna farola rota. Alguna vez me decía "Han cambiado la farola antigua tan bonita de tu calle que hace esquina con la calle tal", y yo, claro, ni me había enterado.


Una preciosa farola
de Barcelona

    Piano. -  En su casa tenía un piano, que sabía tocar, y alguna vez habíamos ido casi toda la "troupé" joven de "Can Pujol", a cantar una canción compuesta por él, en la que se loaba las excelencias del dentífrico y elixir Odamida que era el producto estrella de LA-PE, acompañándonos él al piano. 


Dentífrico Odamida

     Un verdadero show, vamos.  "Señoraaa, lave sus dienteees, al levantarseee y al acostarseee, es la base de la saluuud y de laaa buena presencia, Odamida, Odamida, Odamidaaaa", esto es una estrofa de la canción, que todavía recuerdo. La letra se basaba en la frase que oían toooodos los días en la farmacia a la Sra. Carmen, encargada de la sección de ortopedia y cosmética, y que repetía constantemente a las clientas para convencerlas de que compraran Odamida.


Elixir Odamida

    Organo de iglesia. -   Tocaba el órgano en varias iglesias de Barcelona, como en la Catedral, pero sobre todo en la iglesia de Sta. María del Pi, con la que tiene un vínculo especial, ya que en ella se bautizó en el año 1873 a Sta. Joaquima de Vedruna, que fue  antepasada suya. También formaba parte, y seguro que seguirá haciéndolo, dels Gegants del Pi.  

Iglesia Sta. María del Pi

Els gegants del Pi

        En la boda de nuestra compañera Montse, en Sant Joan de las Abadesas, tocó el órgano (también lo tocó en la boda de Nuria y en la mía) mientras nosotros cantábamos. Para ensayar la canción, días antes de la boda, nos íbamos a las callejuelas que rodean a la Catedral, donde hay buena acústica y ahora se ha convertido en escenario de músicos callejeros, unos con mejor fortuna que otros, y la cantábamos en plena calle ante la mirada de los paseantes.

La boda de Montse, vestida de catalana, 
a su lado, Nuria; al extremo, de negro, Josep Mª;
la cuarta del vestido estampado, soy yo

    Cementerios. - Quizá debido al ambiente eclesiástico y místico del que se rodeaba, le gustaba ir a los cementerios, donde, decía, se sentía una paz y un silencio que le fascinaba. Más de una vez se quedaba esperando a las puertas del cementerio a que llegase un entierro en el que se colaba como si fuera un familiar más. Cuando llegaba a la farmacia con su traje negro y sus gafas de sol oscuras, tipo Men in Black, decíamos "Ya viene de un entierro..."


      Al fin y al cabo, ahora hacen rutas  por los cementerios de Barcelona, donde hay una esculturas bellísimas.

El cementerio de Montjuich

        Ha tenido muchas novias, pero parece ser que cuando las introduce en ese mundo eclesiástico en el que él se encuentra tan a gusto, ellas se cansan y acaban por romper. Hace tres años conocí a la que no sé si sería la última, cuando iba vestida de ¡monaguillo! para hacer una representación de la vida de Sant Josep Oriol, que suelen hacer en la iglesia del Pi. A la pobre le llegaba la cara al suelo, jajaja....

Nuria, Josep M. y yo en la Iglesia del Pi con 
unos cuántos años más (año 2015)


     No sé si estoy dando la imagen de un tipo extremadamente serio en estos dos últimos apartados. Nada más lejos de la realidad, ya que le gusta mucho divertirse y es muy extrovertido y "follonero" a tope.

     ¡Ah! También le gustaba comerse los potitos de comida infantil que se vendían en la farmacia. Los había probado todos.


        Creo recordar que tenía 9 ó 10 hermanos, casi todos mujeres, y dos de ellas trabajaban también en Laboratorio Pelayo.
        
      Gracias, Josep Mª, por tu permiso para contarlo. 


     Si es más majo...




miércoles, 25 de abril de 2012

48 - LA FARMACIA PUJOL - (I) - NURIA Y MONTSE

 
        Mis hermanos mayores, Julia y Juanito, ya trabajaban, la una en Laboratorios Ern, y el otro en Hilaturas Fabra y Coats. Al mediodía, mientras comíamos y oíamos por la radio el programa "El clan de la una" por Radio Juventud, Julia nos contaba los chistes que había oído en la oficina. Bueno, intentaba contarlos, porque cuando iba por la mitad se acordaba del final y no podía parar de reir, así que todos nos contagiábamos y reíamos antes de saber como acababan. ¡Continúa igual, no es capaz de explicar  uno entero!

Juanito, yo, Julia (con la toga en el pelo) 
y Gemma, a la hora de comer

    A los quince años me llegó la hora de incorporarme al mundo laboral, y comencé a trabajar en la farmacia Pujol (antigua Pujol y Cullell), en la calle Pelayo, 56. Por las noches, para acabar los estudios de Comercio, seguía yendo al colegio-academia Pelayo, donde la pequeña Gemma cursaba sus estudios durante el día.

Fachada de la farmacia en 
los años 20

Esta foto es de los años 70

      Además de la farmacia, estaba el Centro de Específicos Pelayo y el laboratorio farmacéutico Pelayo. Este estaba situado en la calle Tallers y se comunicaba con la farmacia a través de unos lúgubres pasillos interiores.


    LA-PE (Laboratorio Pelayo) producía, entre otras cosas, las cápsulas anticatarrales EUPITA, de las cuales yo conocía la publicidad por haberla visto en numerosas ocasiones, ya que su imagen se te quedaba grabada en la retina.


    Yo era recepcionista y telefonista de la centralita que había en la oficina, situada en el primer piso de la escalera (donde había una administración de lotería) que estaba justo al lado de la farmacia. En la oficina debían haber trabajando, si no recuerdo mal, unas doce personas. Montse, Nuria y yo éramos las únicas chicas de la oficina, y casualmente, las tres habíamos nacido bajo el signo de Libra.

Soy yo

     En aquellos años estaba muy en boga el tema de los signos del Zodíaco y cuando conocías a una persona, una de las primera preguntas que se hacía era "¿De qué signo eres?". Entre las tres conocíamos un sinfín de personas de nuestro signo, y decíamos siempre que deberíamos fundar un  "Club de los Libra".
     
    Nuria, una de las personas más guapas, simpáticas y alegres que he conocido, vivía, como yo, en el barrio de Sta. Caterina, en la calle Fonollar, por lo que cada día iba a esperarla a su portal para irnos juntas al trabajo. A veces, en la oficina nos cambiábamos la ropa y ella se ponía mi vestido minifaldero, y yo el suyo, que me quedaba aún más corto porque soy un pelín más alta.

La morena de mi lado
 es Nuria

     Cuando salíamos de trabajar al mediodía, pasábamos por Jorba Preciados y disfrutábamos probándonos la ropa sin intención de comprarla; travesuras juveniles que no hacían daño a nadie. Creo que las dependientas ya nos tenían el ojo echado.

      Montse, que era tres o cuatro años mayor que nosotras, sieeeempre llegaba tarde al trabajo (a veces el Sr. Pujol, nuestro jefe, preguntaba por ella y decíamos que estaba en el lavabo cuando en realidad no había llegado), y nada más llegar se pintaba en los párpados dos rayotes gruesos con un lápiz negro, rasss y rasss,  mirándose en el escaso reflejo del vidrio que había rodeando el habitáculo de la recepción, en el que había la centralita que yo atendía. El maquillaje, claro, le quedaba como le quedaba.

      Cuando iba a la playa sólo tomaba el sol de cara, por lo que estaba morena por delante pero blanca por detrás, o se peinaba sólo por delante y por detrás llevaba el pelo enredado. O a falta de un botón en la falda se ponía un imperdible que se quedaba perpetuo. ¡Cómo nos reíamos con ella de estas cosas! Decía que como por detrás no se veía, ya le estaba bien.

     Pero esas cosas no representaban ningún  obstáculo para que todos los chicos se enamoraran de ella, ya que, sin ser extremadamente guapa, era muy llamativa y tenía "mucho gancho", pero sobre todo les gustaba su carácter tan extrovertido, ¡la de corazones que había roto! porque todo el que quería su amistad, la tenía, pero nada más, porque Montse tenía novio.


      Había conocido a su novio, un madrileño que era ingeniero de puentes y caminos, por correspondencia, y mantenían el noviazgo a través de cartas, ya que él vivía en Madrid. 

    A Montse le gustaba matricularse en cursos diversos, psicología, decoración...y lo que aprendía nos lo explicaba a Nuria y a mí, por lo que nosotras dos teníamos algunas nociones de lo que ella estudiaba.

     Montse y Manolo se casaron en Sant Joan de las Abadesas, donde llegó el novio acompañado de toda su familia de Madrid.  El vestido de novia era el típico traje regional de catalana, pero de color blanco.    

Montse de catalana,
y Manolo de ingeniero


        En la farmacia, preciosa y con grandes murales pintados, lo que provocaba que entrara en la farmacia un gran número de personas sólo para admirarla, había varios empleados, casi todos mayores ya que habían comenzado a trabajar allí desde muy jóvenes, en los tiempos en que, según nos contaban, la farmacia no cerraba nunca sus puertas y permanecía abierta de día y de noche. Estaba el Sr. Colomer, el Sr. Prats, y el Sr. Serra, amables y divertidos, la Sra. Emilia, que era la cajera, un poco rancia, y la Sra. Carme que estaba en el mostrador de Ortopedia y cosméticos, que era una mujer bastante instruída y le gustaba escribir poemas. Todos ellos excelentes personas.

El gran mostrador de la farmacia

Al fondo estaba el mostrador de los 
preparados farmacéuticos, con sus 
tarros preciosos de cerámica

Uno de los murales pintados en
la farmacia

En la foto reconozco al Sr. Serra,
Reyes, Josep Mª, José Luis, Bermejo...

   Pero con quien teníamos más confianza era con los tres chicos de nuestra edad, más o menos, que eran Mariano, Reyes y Josep Mª. De éste último hay para hablar largo y tendido, ya que tenía distintas y variopintas aficiones.

       En el próximo post lo cuento.